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Natividad de la Santísima Virgen María.

     Queridos hermanos, que la paz de Nuestro Señor Jesucristo y el amor de Nuestra Santísima Madre de la Encarnación estén siempre con todos vosotros.

    Me dirijo a vosotros en esta primera reflexión personal como vocal de evangelización de este nuestro grupo de fieles en el día que celebramos el nacimiento de nuestra Madre Santísima.

    La Virgen bendita, hija de Joaquín y Ana, es la nueva precursora del género humano, Ella dio a luz al que había de ser la luz del mundo, por ello es la mujer más pura y santa que Dios ha podido crear en la historia de la humanidad. Como reza aquella canción popular: ``Eres más pura que el Sol, más hermosa que las perlas que ocultan los mares. Ella sola entre tantos mortales que del pecado de Adán se libró´´. Y es que, desde el día que la Virgen vio la luz del mundo, su misión era salvarnos del pecado, trayendo a la vida terrena al Hijo de Dios mismo, por el que la humanidad tendría que salvarse del antiguo pacto roto con nuestro Dios. Por ello decimos que la Virgen es la salvadora de la humanidad, porque sin Ella, Cristo posiblemente no hubiera venido a este mundo de tinieblas, y si esto hubiera pasado, aún seríamos almas errantes vagando por el mundo, sin esperanza, sin amor y sin un objetivo: ser santos, entre los santos del cielo.

    Imaginemos el día en que la Virgen recibió la noticia de la Encarnación del Regidor del mundo. Una luz intensamente brillante tuvo que cubrir aquella sala junto con las palabras del Arcángel: ``Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo. Bendita eres entre las mujeres porque has hallado gracia ante Dios. Darás a luz a un Hijo y le pondrás por nombre Jesús. El poder del Altísimo te cubrirá con su sombra, por eso el Hijo que ha de nacer será llamado Hijo de Dios.´´

    No podemos llegar a representar en nuestra mente cómo debió llegar a ser este momento, el más precioso de la historia de este mundo. A partir de ese instante, los segundos se convirtieron en más perfectos, los minutos más claros y las horas más bellas. Porque a partir de entonces, y gracias a la nazarena más excelsa, el mundo cambió de una vez para siempre su rumbo.

    María, en la superficie, era una mujer corriente, con sus  tentaciones, por eso no dudamos de que aquel momento tardaría en asimilarse en su propio ser. Una mujer, grande entre las grandes y hermosa entre las hermosas de Judea, daría a luz al mismísimo Hijo de Dios, por ello decimos que no es una mujer corriente y por el mismo motivo debe de ser Reina de nuestra existencia y también cabe destacar que debemos honrarla con las mejores piedras preciosas y los más bellos tesoros de esta tierra.

    Qué duda cabe que para un cristiano la Virgen María debe ser el culmen de su vida, para que como decía nuestro querido papa emérito Benedicto XVI: ``Amemos tanto a María, honrémosla y recemos tanto ante su imagen, que cuando muramos Jesús pueda decir de nosotros: he oído a mi Madre hablar mucho de ti.´´

    Queridos hermanos, con estas palabras me despido, no sin antes pediros que améis a María tanto como lo hizo su Hijo, Nuestro Señor y Salvador. Tenemos una Madre y es la del Cielo, y nosotros contamos con la suerte de que la nuestra se llame María Santísima de la Encarnación y Esperanza, a Ella os encomiendo y que Ella guíe nuestra vida y nuestro caminar en la fe hacia Cristo.
«Hoy nace una clara estrella,
tan divina y celestial,
que, con ser estrella, es tal,
que el mismo sol nace de ella.
De Ana y de Joaquín, oriente
de aquella estrella divina,
sale luz clara y digna
de ser pura eternamente;
el alba más clara y bella
no le puede ser igual,
que, con ser estrella, es tal,
que el mismo Sol nace de ella.
No le iguala lumbre alguna
de cuantas bordan el cielo,
porque es el humilde suelo
de sus pies la blanca luna:
nace en el suelo tan bella
y con luz tan celestial,
que, con ser estrella, es tal,
que el mismo Sol nace de ella.»


Moisés García Cabanillas

 

 


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